viernes, 26 de diciembre de 2014

Nada se opone a la noche, de Delphine de Vigan. Mi ficha de lectura.

Cuando me desperté no había aire en la habitación. Respiraba mi propio calor. A falta de acondicionado el turbo suele responder bien, pero por la baja presión y pese a las varias aberturas, no corría una sola corriente y el ventilador era puro acting. Abrí las cortinas y salí al balcón. El aire seguía sin moverse. Me lavé la cara y salí con los ojos como dos huevos a buscar comida para mi gata. Hacía horas, a las 2 am, había terminado Nada se opone a la noche.

No pensaba hacer esta ficha de lectura porque Delphine de Vigan me aportó mucha información para la novela que vengo escribiendo. No se trata de tener la torpe ambición de copiarla sino de que ¿Para qué mentir? Me sentí muy identificada en varios aspectos.

En Nada se opone a la noche la escritora francesa narra a la madre. Desde que la encuentra muerta y azul hasta que la despide de igual forma. En el medio: toda una vida y una manera de vivirla atravesada por un trauma que desencadenó una enfermedad mental. La mamá de Delphine era una mujer hermosa a la que la vida fue gastando con el uso. Fue objeto de manipulaciones desde pequeña por su extraordinaria belleza. Su ser rubio y callado le valió admiración y desdicha. Su bipolaridad ejerció una violencia de humores sobre sus hijas que las curtió al punto de vivir en estado de latencia. Pero la mamá de Delphine no era mala. Padecía y afectaba el devenir de los demás.


A su paso la narrada hizo y deshizo de coloridas formas. Ejerció una “pobreza que vive sobre sus posibilidades”, tal como le enseñaron en su hogar original. Dejó huella y múltiples regalos encontrados en cambalaches. También dejó viajes y apasionadas historias de amor. Fue, ante todo, una mujer muy valiente que supo encontrar el placer cuando pudo y que resistió el dolor hasta donde le fue posible. Y, hacia el final de sus días, trató de hacer lo mejor y de no molestar más.

En paralelo a la biografía de su madre, reforzada por material documental de diverso tipo, la autora narra lo difícil que le resultó la empresa. Cuán complejo fue encontrar el punto entre realidad y ficción. "Hoy sé, cuando ni siquiera he llegado a la mitad del inmenso embrollo en el que me he metido, lo mucho que presumía de mis fuerzas. Hoy sé el estado de tensión particular en el que me hunde esta escritura, lo mucho que me cuestiona, me perturba, me agota, en una palabra, me cuesta, en el sentido físico del término", dice Delphine De Vigan en el primer tercio del relato. La autora se había propuesto “llenar lagunas con ficción” e hizo una elección distinta empujada por una verdad que se escribía sola. Ahí encuentro su fuerza principal.


Llegué a este libro por una recomendación facilitada por las redes sociales. Su calidad de consejo virtual reforzó en mí la idea de que en las redes conformamos comunidades de mentes y podemos ayudarnos a pensar los unos a los otros, aún sin una intencionalidad direccionada. Encontrar buenos referentes de opinión es tarea del recorrido e intereses de cada cual. En la web cada quien elige su trayectoria, “elige su propia aventura”. Yo agradezco a la excelsa lectora y escritora del blog Libertad condicional, Agustina González Carman.

Agustina me recomendó a Delphine entre otras y otros. Googleé a todos e incorporé a varios en mi lista de no leídos a leer. Preciso material del que alimentarme este verano mientras me inspiro y escribo. Nada se opone a la noche me resultó una lectura movilizante. Desde la madre sobre la que se hace foco, hasta cada uno de los personajes que conformaron su entramado de relaciones, a todos y cada uno De Vigan los cuenta aferrada a la verdad como a algo insondable que duele y urge ser escuchado. La verdad de De Vigan reclama superficie, como todas. Su particularidad, en tiempos en que es todo tan explícito, es que ella logra escribir sin pudor y tocar los aspectos significantes de las cosas sin apelar al recurso de quien describe como pornógrafo. Para que aprendamos que la sexualidad humana no es sólo pornografía sino también matriz significante que condiciona nuestro andar. También es bueno en Delphine que, al igual que como lo hizo su madre cuando le arrojó objetos o pudo matar a alguien, nos demuestra que el amor intrafamiliar transcurre minado de odios, reproches y rechazos.

Delphine de Vigan finaliza su texto con la mención a una canción del francés Alain Bashung, que inspiró el título de su novela. El tema se llama Osez Joséphine, Atrévete Josefina, y el video que lo ilustra es una bizarrada copada. Creí que me encontraría con una melodía melancólica y no. El ritmo de Osez Joséphine es como un trote. Y el video muestra al rockero y su compañera tocando cuerdas en el centro de un rodeo en el que cabalga en círculos una yegua blanca. Una masa. Intuyo que la letra –que invita a que J se atreva, ya que nada se opone a la noche, etc y/o algo así- y la melodía le funcionaron bien a Delphine como una forma de darse aliento. Ante el desafío de contar la belleza, el dolor y la verdad –que siempre van tan de la mano- Delphine De Vigan se ponía éste tema para desdramatizar y tomar impulso. Como toda buena música. Da ganas de reanudar la marcha.

El final de Nada se opone a la noche se anuncia desde la primera carilla. Y es nada más ni nada menos que la muerte de una madre. Puede ser un excelente filtro. Pero así como a De Vigan le costó y aun así pudo seguir cabalgando, propongo que entre tanta lectura liviana de velocidad incentivada, de vez en cuando nos hagamos un fondo blanco con una lectura dura de calidad. El vendedor de Librería Hernández me entregó el libro diciendo: “es una muy buena escritora pero es un libro muy duro”. Lo saqué de la bolsa y en la puerta del Cine Lorca un hombre me leyó: “Nada se opone a la noche ¿Cómo será eso?” Imposible que esta lectura pase desapercibida, pensé yo. Nada se opone a la noche es un libro muy bien narrado que me hizo llorar en más de un apartado. Como reclamé en las redes sociales hasta que Agustina respondió a mi posteo: “Quiero un libro que me conmueva”. Delphine De Vigan lo logró. 

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