Cuando
me desperté no había aire en la habitación. Respiraba mi propio calor. A falta
de acondicionado el turbo suele responder bien, pero por la baja presión y pese
a las varias aberturas, no corría una sola corriente y el ventilador era puro
acting. Abrí las cortinas y salí al balcón. El aire seguía sin moverse. Me lavé
la cara y salí con los ojos como dos huevos a buscar comida para mi gata. Hacía
horas, a las 2 am, había terminado Nada se opone a la noche.
No
pensaba hacer esta ficha de lectura porque Delphine de Vigan me aportó mucha
información para la novela que vengo escribiendo. No se trata de tener la torpe
ambición de copiarla sino de que ¿Para qué mentir? Me sentí muy identificada en
varios aspectos.
En
Nada se opone a la noche la escritora francesa narra a la madre. Desde que la
encuentra muerta y azul hasta que la despide de igual forma. En el medio: toda
una vida y una manera de vivirla atravesada por un trauma que desencadenó una
enfermedad mental. La mamá de Delphine era una mujer hermosa a la que la vida
fue gastando con el uso. Fue objeto de manipulaciones desde pequeña por su
extraordinaria belleza. Su ser rubio y callado le valió admiración y desdicha.
Su bipolaridad ejerció una violencia de humores sobre sus hijas que las curtió
al punto de vivir en estado de latencia. Pero la mamá de Delphine no era mala.
Padecía y afectaba el devenir de los demás.
A
su paso la narrada hizo y deshizo de coloridas formas. Ejerció una “pobreza que
vive sobre sus posibilidades”, tal como le enseñaron en su hogar original. Dejó
huella y múltiples regalos encontrados en cambalaches. También dejó viajes y
apasionadas historias de amor. Fue, ante todo, una mujer muy valiente que supo
encontrar el placer cuando pudo y que resistió el dolor hasta donde le fue
posible. Y, hacia el final de sus días, trató de hacer lo mejor y de no
molestar más.
En
paralelo a la biografía de su madre, reforzada por material documental de
diverso tipo, la autora narra lo difícil que le resultó la empresa. Cuán
complejo fue encontrar el punto entre realidad y ficción. "Hoy sé, cuando
ni siquiera he llegado a la mitad del inmenso embrollo en el que me he metido, lo
mucho que presumía de mis fuerzas. Hoy sé el estado de tensión particular en el
que me hunde esta escritura, lo mucho que me cuestiona, me perturba, me agota,
en una palabra, me cuesta, en el sentido físico del término", dice
Delphine De Vigan en el primer tercio del relato. La autora se había propuesto “llenar
lagunas con ficción” e hizo una elección distinta empujada por una verdad que
se escribía sola. Ahí encuentro su fuerza principal.
Llegué
a este libro por una recomendación facilitada por las redes sociales. Su
calidad de consejo virtual reforzó en mí la idea de que en las redes conformamos
comunidades de mentes y podemos ayudarnos a pensar los unos a los otros, aún
sin una intencionalidad direccionada. Encontrar buenos referentes de opinión es
tarea del recorrido e intereses de cada cual. En la web cada quien elige su
trayectoria, “elige su propia aventura”. Yo agradezco a la excelsa lectora y
escritora del blog Libertad condicional, Agustina González Carman.
Agustina
me recomendó a Delphine entre otras y otros. Googleé a todos e incorporé a
varios en mi lista de no leídos a leer. Preciso material del que alimentarme
este verano mientras me inspiro y escribo. Nada se opone a la noche me resultó
una lectura movilizante. Desde la madre sobre la que se hace foco, hasta cada
uno de los personajes que conformaron su entramado de relaciones, a todos y
cada uno De Vigan los cuenta aferrada a la verdad como a algo insondable que
duele y urge ser escuchado. La verdad de De Vigan reclama superficie, como
todas. Su particularidad, en tiempos en que es todo tan explícito, es que ella
logra escribir sin pudor y tocar los aspectos significantes de las cosas sin
apelar al recurso de quien describe como pornógrafo. Para que aprendamos que la
sexualidad humana no es sólo pornografía sino también matriz significante que
condiciona nuestro andar. También es bueno en Delphine que, al igual que como
lo hizo su madre cuando le arrojó objetos o pudo matar a alguien, nos demuestra
que el amor intrafamiliar transcurre minado de odios, reproches y rechazos.
Delphine
de Vigan finaliza su texto con la mención a una canción del francés Alain
Bashung, que inspiró el título de su novela. El tema se llama Osez Joséphine,
Atrévete Josefina, y el video que lo ilustra es una bizarrada copada. Creí que
me encontraría con una melodía melancólica y no. El ritmo de Osez Joséphine es
como un trote. Y el video muestra al rockero y su compañera tocando cuerdas en
el centro de un rodeo en el que cabalga en círculos una yegua blanca. Una masa.
Intuyo que la letra –que invita a que J se atreva, ya que nada se opone a la
noche, etc y/o algo así- y la melodía le funcionaron bien a Delphine como una
forma de darse aliento. Ante el desafío de contar la belleza, el dolor y la
verdad –que siempre van tan de la mano- Delphine De Vigan se ponía éste tema
para desdramatizar y tomar impulso. Como toda buena música. Da ganas de
reanudar la marcha.
El
final de Nada se opone a la noche se anuncia desde la primera carilla. Y es
nada más ni nada menos que la muerte de una madre. Puede ser un excelente
filtro. Pero así como a De Vigan le costó y aun así pudo seguir cabalgando, propongo
que entre tanta lectura liviana de velocidad incentivada, de vez en cuando nos
hagamos un fondo blanco con una lectura dura de calidad. El vendedor de
Librería Hernández me entregó el libro diciendo: “es una muy buena escritora
pero es un libro muy duro”. Lo saqué de la bolsa y en la puerta del Cine Lorca
un hombre me leyó: “Nada se opone a la noche ¿Cómo será eso?” Imposible que esta
lectura pase desapercibida, pensé yo. Nada se opone a la noche es un libro muy
bien narrado que me hizo llorar en más de un apartado. Como reclamé en las
redes sociales hasta que Agustina respondió a mi posteo: “Quiero un libro que
me conmueva”. Delphine De Vigan lo logró.
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