Fui a la marcha del #Niunamenos sin haber
seguido por TV los distintos recortes de los noticieros. Me llamó mi hermana y
me dijo entre sollozos: “Esta es nuestra marcha. Tenemos que estar ahí”. Yo
estaba trabajando, ocupada, asentí y le dije que hablábamos luego para
coordinar.
Desde que comenzó a gestarse, a partir de la
iniciativa de distintas periodistas en Twitter, me resultó una convocatoria
apasionada. De ese tipo de fenómenos que suceden como reacción ante otros de
alto impacto. Los sucesos de alto impacto en la opinión pública fueron
crímenes. Asesinatos de chicas comunicados hasta la redundancia y el morbo.
Suelo considerar que más allá de cierta data
dura que arroja incremento de los llamados femicidios; los crímenes, violaciones, asesinatos y abusos
son tan viejos como las múltiples vejaciones del hombre por el hombre. Para mí
lo que incrementó es la visibilidad y el repudio social, porque lo que ha
cambiado es el acceso a la información, la velocidad en la difusión y los
límites de lo moralmente aceptable.
Hoy vivimos en un orden distinto al de hace
cincuenta años. Vivimos en democracias trastocadas por una transición de entre
eras. No hay acuerdo acerca de si la modernidad terminó o si la contemporaneidad
responde a un orden nuevo. Más allá de eso Argentina en particular goza de
libertades y de un empoderamiento social en el que el ciudadano se siente
convocado a expresarse.
Es saludable manifestarse y nadie puede al
menos no impresionarse por la masividad de ciertas expresiones. Para mí el #Niunamenos
arroja, en primer lugar, un dato concreto acerca del poder del periodismo.
Cuando ni las propias periodistas mujeres que lo promovieron se la creían, han
demostrado que pueden tenerla muy grande si hacen buen uso de las herramientas
a su alcance. Hace unos años decía algún psicópata de masas que cinco tapas te
bajaban a aun presidente; hoy podemos decir, en cambio, que un puñado de buenas
periodistas llevan miles de cuerpos a la plaza a partir de viralizar en las
redes un buen dispositivo.
Ahora, ¿Qué significa que tantos miles de
personas, hombres y mujeres se hayan manifestado contra la “violencia de género”?
¿Es sólo expresión del buen trabajo de unos letrados? No. En absoluto. La
cuestión es que esa minoría ilustrada localizó un reclamo nodal que afecta a
muchas más personas de las que creíamos. Los por qué asistí a la marcha son
diversos y cuantiosos. Yo misma escuché relatos de un par de mujeres golpeadas
del conurbano que se acercaron a las plazas en el mismo colectivo que me llevó
a mí.
Pero también vimos que no sólo era una marea
conurbana la que llegó a los dos congresos. Fue una manifestación de todas las
clases que incluso, y pese al repudio de una minoría intelectual, atrajo a los narcisistas
faranduleros que se enganchan en todas.
Es decir, ¿Yo iba a dejar de ir porque iban
Moria y la Dra Rosensfeld? ¿Por qué fueron Karina Jelinek y Diego Ramos? ¿Por
qué iban TN y la TV Pública? Eso hubiera sido una estupidez.
Sin embargo no dejé de notar que amigos de
similares consumos y grupos de pertenencia se mostraron reacios y se
manifestaron hasta el retorcimiento evidenciando su ausencia. Y lo único que
logro leer en ellos es un fuerte antipopulismo y un repliegue ¿intelectual? Y
digo antipopulismo, en contraste a su versión antagónica que tanto rechazamos,
en conjunto, ciertos antiadherentes y yo: el antiintelectualismo.
¿Por qué esa aversión a la manifestación
pagana? ¿Por qué ese tilde de “sobreactuación grotesca” o “teatralización
oportunista”? Estas últimas catalogaciones me trajeron certera imagen acerca de
lo carnavalesco de las distintas performances del #Niunamenos, pero me
pregunto: ¿Por qué ciertos no adherentes reaccionaron como perdedores ante lo
rotundo del espectáculo antifemicida?
Trollear tesoneramente a quien se percibe
como el enemigo es una elección posible. Felicito a quienes la ejercen en un
logrado intento de constituir una identidad. Pero: ¿Los antifeministas no
pueden asumir su derrota de manera digna? ¿Cómo sería ganar, respecto de lo
efectivo de una reivindicación, para un antifeminista?
Respeto a todo aquel que no se sienta
representado, ni víctima ni solidario con las víctimas de violencias que fuimos
a la marcha. Tenemos derecho a no sentir nada por el otro tanto como cuando no nos
conmovemos cuando hay un menor mendigando en la calle. Es algo que pasa. Hay
algo anulado en nuestra ética humanista ahí, o, más bien, hay otra ética. También
tenemos derecho a haber sido alcanzados por ciertas violencias en nuestra vida
y aun así no tener el requerimiento auténtico, la convicción intrínseca, que
lleva a la presencia.
¿Pero de ahí a exhibir un recorte que llega a
la jactancia? Yo lo explico, aún sin tenerlo claro, como que responde a una cuestión
identitaria; a una suerte de coherencia respecto del papel que se viene
desempeñando. Ahora, qué antipopular y sordo ese papel que es incapaz de asumir
la fuerza de lo que miles de voluntades plantearon: un rechazo, un límite, a
ciertas manifestaciones de la violencia y un encuentro catártico de aquellos,
que resilientes, la sobrevivieron.
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