domingo, 22 de junio de 2014

Neofeminismo, porno soft y mujeres fálicas


     Había una vez un grupo de amigos muy chido. Kenny era el mayor. Usaba zapatillas deportivas y medias verde flúo. Siempre hacía lo que decía el capitán Gap, pero dándole su toque intelectual, formado por horas de lectura de revistas de divulgación científica. Al capitán Gap lo llamaban así por su afición al mar y porque solía vestir ropa estadounidense que su madre le compraba por Internet.  Gap comandaba todas las tropelías. El resto eran Cody, Tito, Mr. Soquete y León.

     Un día hicieron buenas migas con unas chicas. Lucy y Samantha. L&S eran chicas malas. Las demás nenas de la clase las llamaban: “las varoneras”. L&S no eran las típicas chiquillas a las que sus mamis vestían de rosa. Lucy y Samantha iban despeinadas, se ensuciaban a la par y se animaban a comer toda clase de asquerosidades.

     Pasó el tiempo y todos se hicieron adultos. La mayoría fueron a la Universidad y abrazaron diferentes causas. Cody y Tito se casaron con algunas de las chicas de rosa. León todavía noviaba con una pero no se animaba a dar el gran salto. Mr. Soquete sobresalía por su humor ácido pero tardíamente consiguió una compañera porque era el más feo del grupo.

     Gap se casó, tempranamente, con la chica más adinerada de todas. Tenía estancias y caballos y quintas y chalets. Y viajes y automóviles y familia y propiedades. Gap fue el primero en convertirse en padre pero su amistad era más fuerte y además de ser el varón cómodo de la casa supo continuar su pasión junto a Kenny.

     Kenny se había convertido en periodista. Gap, era escritor. Juntos escribían sobre jazz, béisbol, los Kennedy, Kim Kardashian y Rihanna. No le hacían asco a nada. Como Lucy y Samantha.

     Lucy y Samantha estaban algo alejadas entre sí, pero ambas habían seguido similares derroteros: sexo, drogas, rock and roll. Más folk, neohippismo, power black y Malcom x. Lucy se había doctorado en filosofía antigua y, como Samantha, Kenny y Gap, trabajaba en el ámbito de la cultura. Samantha, había profesado cultos milenarios y había hecho sus viajes iniciáticos por Indonesia e India pero ya había vuelto a recalar en sus originales puertos y se había especializado en periodismo sobre series televisivas y nuevas tecnologías.

     Una noche, Gap y Kenny volvían borrachos pensando en qué excusa dirían a sus mujeres. Habían gastado todas. De igual manera sabían que la mañana traería el desayuno, el diario y los hot cakes y todo volvería a la normalidad. Kenny era soltero aún pero tenía a su chica, una hermosa neurótica perdida de ojos verdes y pelo tinturado, adicta a las redes sociales y fóbica en lugares públicos.

     “Claudia es el amor de mi vida. Me enamora todo de ella. Su parsimonia en las tareas. Su lucidez al hablar. Su perfil griego con tanta alcurnia”, se repetía Gap mientras Kenny se rascaba el mentón.

     De repente aparecieron, ahí nomás, en plena calle plagada de hojas mojadas y residuos nocturnos Lucy y Samantha.
    
     Lucy estaba blanca y le chorreaba el pelo, parecía que más que una lluvia había recibido un baldazo de agua y así había sido.

-¡Amigos! ¡Ayúdenme! ¡Tengo que despertarla! Camina pero no habla.

     Los muchachos acudieron al pedido. Tomaron a Lucy y terminaron los cuatro en un estacionamiento, subiéndola al auto de Claudia. El que usaba Gap.   

     En media hora ya estaban los cuatro en la ruta cantando canciones ochentosas. “Oh, baby! Yo te dije que ese no era el camino, el camino era la música! Rockearla, Oh, sí!” Se autoconvencían los cuatro.

     La cuestión es que ninguno había tomado el camino de la música y los cuatro miraban para afuera con nostalgia y disconformidad.

     Gap pensaba que debía escribir ese artículo sobre minitas opinando de fútbol y Kenny pensaba que debía llenar la web de tetas. Todo tetas y culos y rubias plásticas, “Oh, sí”.

     En eso se trenzaron a discutir sobre mujeres. Lucy y Samantha seguían radicales.

     “Yo creo que hay mujeres que son muy boludas y no le hacen bien al feminismo”, decía Samantha. Lucy asentía y opinaba que “hay muchas minas a las que les encanta ponerse en bolas y lo hacen de manera artística. Transmiten algo. Usan su cuerpo como plataforma de inscripción de mensajes rebeldes. ¿No vieron esa tal, Poronga o muerte? ¡Esa, la que se hace body painting del Che Guevara! ¡Es re rebelde esa mina! ¡Eso es transgresor!”.

     Gap, Kenny, Lucy y Samantha estaban de acuerdo. Había algo del feminismo que no les cerraba y había que salir a decirlo y viralizar las redes sociales.

     Entonces los cuatro se pusieron a pensar materiales y a la semana ya se estaban regocijando con los efectos de sus notas súper cool, que tenían algo de neofeminismo pero no sabían bien qué.

     Lucy y Samantha gozaban. Algo de sí mismas volvía a embarrarse. En algún lugar de sus almas, volvían a ser “las varoneras” y se sentían cada vez más cerca de sus amigos. Como en aquellos primeros chupones que luego cada uno oficializó con otras “minitas” del montón.

     ¿Qué les faltaba a Lucy y Samantha? ¿Por qué Gap y Kenny no las habían elegido para compartir sus días y sus casas? ¡Si Lucy y Samantha eran más cancheras! ¡Más copadas! ¡Vestían mejor! ¡Pensaban más! y ¡Estaban mejor! que las mujeres oficiales de Gap y Kenny.

     ¿Por qué Kenny llenaba sus artículos de tetas? ¿Tenía Kenny un problema con su madre? ¿Había sido maltratado de niño? No había respuestas certeras sobre tamañas preguntas en las cabezas de las chicas. Lo cierto es que ahora los cuatro eran un grupo monolítico ante el mundo y venían a decir verdades.

     Venían a decir que algo en el feminismo actual estaba mal y que había que condenarlo para fagocitar luchas históricas que “eran al pedo”, porque “no cambiaban nada” y “no iban al meollo de la cuestión”.

     Al mes de las publicaciones en la poderosa web Lucy estaba posando desnuda para Playboy tras un titular que decía: “La droga es mi arma para defenderme de cualquier patriarcado”. Samantha era más sutil, siempre había sido algo menos audaz que Lucy, y se drogaba a solas llorando su amor imposible por Gap.

     La fama les tocó durante unos meses belicosos en twitter en los que tuvieron que defender como leonas su neofeminismo de la rapaz insistencia de chicas que puteaban porque eran muy sensibles. Minitas bobas que no podían entender que ocurrieran femicidios y que Lucy y Samantha ocuparan su tiempo hablando de tetas, culos, y porno soft.

¿Contra quiénes peleaban Lucy y Samantha?
     
     Samantha respondía aguerrida en sus twits: “Yo me hice un aborto y le saqué una foto. Sé lo que es.” No había habido mucha repercusión de lo del aborto de Samantha. Después de todo, ella era responsable de su sexo, sus drogas y su rock and roll. Era una mina muy fuerte. Muy fálica. Se la re bancaba.


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