domingo, 22 de junio de 2014

PRENSADO



Garúaba fino en Buenos Aires. Los adoquines parecían pincelados con barniz. Llegó a su departamento. Soltó las llaves sobre la cama, como quien suelta algo que odia y prendió la notebook. La sed por conectarse se acrecentaba como el hollín de las tostadas. Se batió una taza de café salteada con leche y se puso a escribir. Aparecían números en su pestaña de facebook pero procuró no distraerse. La puta de su historia merecía atención.

Semanas atrás la había descripto con detalles certeros. Era pobre. Villera. Se desteñía el pelo como la de la canción de Horacio Guaraní. Tenía unos toques posmodernos que la hacían distinta. Había llegado a la universidad porque su padre, ahora preso, le había aconsejado que fuera “alguien”. Pero no le había dejado bienes y no le quedó otra que putanear. Su primer cliente había sido un peluquero al que no le pagó el alisado. Bah, se lo pagó en especie. Sobre el sillón lavatorio había debutado laboralmente. El peluquero la contactó luego con una chica de la noche. Él solía ponerle extensiones a varias. Sólo le faltaba un buen par de tetas. Tendría que ahorrar u ocupar el nicho de las pequeñas lolas dulces. Un físico casi adolescente. Podría ser.

Para colmo de convites, Melchor tocó a la puerta.

-No te dije que no vinieras, guacho?
-Abrime. Tenía que venir. Pasame la mitad del prensado. Me corresponde.

-Ves que sos un boludo importante? Te tiro las llaves. Subí.

Sacó del freezer lo que le quedaba. Cortó un pedazo y dejó un cachito. Saludó Melchor:
-Capo. Cómo va?
-Acá. Re ocupado. Tengo un montón de cosas de la militancia que resolver y estoy escribiendo un cuento para un concurso. Van a hacer una antología de poetas progresistas.

-Me imagino. Venís hoy a lo de Gaspar?
-No creo. Extráñenme.
-Okay.

Mientras Diego juntaba las piezas de porro que quedaban sobre la mesada de la cocina, Melchor se le acercó por atrás.

-Qué hacés boludo? Salí.

Melchor lo dio vuelta, le abrió la bragueta como si fuera la propia y le empezó a chupar la pija.

Diego no hizo más que acabar.

-Dale, pelotudo. Sos boludo, vos, eh.
Le agarró los huevos a Melchor sobre el pantalón. Apretó sólo un poco y el negro se entró a reir.

Se dieron unos besos mientras fumaron un faso que Diego se dejó prendido en el cenicero, mientras lo acompañaba al ascensor.

-Dale, pendejo. Sos difícil, eh.

Melchor se peinó el Jopo frente al espejo del ascensor y salió rápido. El portero baldeaba en su turno tarde.

Diego siguió escribiendo sobre su puta pobre.







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