periodista de
renombrada publicación que elegía entrevistar a dos estudiantes que se
prostituyen, parte de un fenómeno que viene apareciendo en el cine francés desde
La chinoise de Godard pero que
según el filme es un boom actual por esos lares. Sucede que el entrevistar a
las jóvenes perturba a “la burguesa” (tilde que mi amiga psicóloga me señaló
diciendo “¿Hoy te comiste a Marx que no parás de llamar burgueses a los
personajes? Pero que a mí se me ancló desde que leí un par de críticas en la
puerta del cine junto a Ana María oculta tras gafas en las que toda explicación
giraba en torno a la mayor o menor condición burguesa de los filmados).
Binoche, que vive en lo alto de un edificio, en un piso de ensueño, de una
blancura estremecedora que se asemeja a un cielo de luz penetrante y esponjosa
en el que se desliza en bata cual escultura; tiene mucho dinero y un comedor
que te caés de espaldas pero al precio de compartirlo con la familia “burguesa”
que construyó junto a otro profesional. Juliette tiene un hijo adolescente
despeinado con un Che Guevara estilizado a lo Warhol en la pared del cuarto y
otro chiquito adicto a los videojuegos. En una jornada en la que debe cumplir
con sus deberes de ama de casa, desgraba sus entrevistas y ultima detalles de
edición mientras juntos repasamos las situaciones descriptas por las putas. Ellas, una francesa de clase baja que
sufre por no pertenecer a otra en un mundo hostil y una polaca preciosa, a la
que parece que no le quedó otra, son dos chicas, que pobres, cobran por sexo. Y
sus clientes, obviamente, ¿Quiénes podrían ser?: “hipócritas burgueses”! Sí!
Adivinamos todos. En fin, el personaje de Binoche, del que no recuerdo el
nombre, parece sentir algo así como una “culpa de clase” e increpa a su marido
sobre su mutua responsabilidad en el estado social de las cosas. Ella, ahora, a
partir de ésta experiencia movilizadora, “ve” qué tal son las cosas de la otra
vereda del mundo y se deja seducir y conmocionar por los colores y matices
vitales que antes perturbaron su blanco casi perfecto y funcional. A partir de
conocer a las pibas ve la dualidad, se sorprende cual quinceañera por lo perverso
del mundo y sus víctimas. Toma consciencia y se descubre menos feliz y tan
prostituída por el sistema como todos los seres de éste mundo.
Luego salimos del cine, las estudiantes,
Ana María y los otros. Todos acabábamos de ver escenas sexuales. Nada
tan tremendo que no hubiéramos practicado antes salvo los detalles sádicos que
hacen menos tentador el mundo de la prostitución que por momentos parecía una
joda bárbara. Juliette Binoche pasó harto tiempo casi sin pintura notoria lo
que indicaría que era un papel que arrojaría una alta calidad actoral. Casi un
indicio efectista de un rostro viejo y bello que decía: veanmé. Soy blanca y
europea y no me maquillo ni tomo sol. Y pertenezco a ésta parte del mundo en el
que todos vestimos mejor y somos más lindos, porque tenemos más cosas. Y además
actúo bien. Tantas películas me sacaron buena y me estiré el rostro lo
suficiente para que no se perciba. Juliette Binoche, tira su cigarrillo desde
su balcón parisino y nos cae a nosotros el pitillo seco desde los cielos.
Miramos arriba con algo de enfado sin saber de dónde vino ni por qué y después
tomamos el bondi y vamos al cine a ver una de putas.
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