Decir que el sufrimiento
es un estilo sería una brutalidad reaccionaria; pero cuando la expresión y la
entrega artística parten del dolor como experiencia original vital, éste
conforma un chorro constante de información biográfica que inseparable de
cualquier recorte hace que todo en el filme se tiña de una angustia
perturbadoramente bella.
La
precordillera como escenario. Una mujer buscadora entre la niebla. Una chica
que se hace la muerta seguido para que la atiendan. Un padre que rompe guitarras a lo Charly García
en fondas antiguas. Una guitarra arrastrada por una niña. El Museo del Louvre
mostrando arpilleras sudamericanas. Motivos populares. Un amor sufriente y de
contrastes. Un gringo joven y una vieja fea. Las marcas de viruela que nunca se
fueron. Las marcas de la vida que siempre se quedan y son acumulables hasta
cansar el cuerpo. Una panza con celulitis que ya no pare. Unos ojos color
madera que paran de mirar. Maderas que se montan y permiten la entrada de la
luz definitiva. El torrencial. Los maldecires. Los hijos que se dejan porque
hay que seguir. Los chinitos que se van pa´l norte. Los angelitos que se van al
cielo. La Violeta Parra
que cuenta su derrotero en todo lo que ha creado por y para nosotros. De cómo
una artista necesita amor siempre. Sino: muere. De la necesidad del arte y su
labor social. De la música total, que hace llorar cuando terminan de contar y
vienen los créditos.
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