Una persona camina ligero y llega a algún lado. Su cuerpo te toca de repente y te pide. Te pide que le des, que le des pronto. Vos le decís que no te jorobe que ya tenés bastante con lo tuyo y seguís. Entonces te sigue como un perro. Insistís en que no se gaste y le aclarás: “Nunca jamás voy a querer ¿Acaso sabés lo que significa nunca jamás? Nunca jamás en la vida entera”. El otro responde que la vida no es finita y que lo que planteás es falaz. Le decís que para vos la vida es un entero con muchas partes y entonces que se joda, que siga a alguna otra persona. El otro te toca otra vez, pero sin querer. Entonces te das por aludido y lo insultás. Le decís las peores cosas que jamás dijiste a nadie. Te desquitás de lo lindo. El otro llora y aúlla como un animal gimiendo a la luna. Le pegás un cachetazo y le decís que es al pedo llorar. Te mira y te penetra con la mirada. Una mirada que te toca la última neurona en el fondo del cerebro y que genera un cortocircuito a nivel neurológico. Ese corto es casi imperceptible para tu conciencia pero algo cambió. En algunos años puede que se convierta en un gran manchón que te ocupe buena parte de la masa encefálica. Pero no importa. Ahora sos incapaz de localizarlo y seguís viviendo esos segundos de odio. La persona que se acercó ligero a tu encuentro en ese lugar te sigue mirando vidrioso. Y vos empezás a padecer ese secreto deseo criminal y te aparece la ley que dijo: “No matarás”. Entonces le perdonás la vida y le decís que se aleje que hoy tenés un buen día. Pero se queda y te dice que pretende ser tu Yoko Ono. Que te va a seguir como sombra por todos los días que te restan. Vos le gritás que cómo se le ocurre semejante huevada y que sos la persona equivocada, que nunca nadie pudo con vos. En ese momento te caza de la oreja y te susurra sosteniéndola con mucha fuerza entre sus dedos: “Soy tu pesadilla. ¿Viste Freddy? ¿Viste que el chico contaba para no dormirse y no encontrarlo? Bueno: en cualquier momento te dormís y no despertás. En cualquier momento empezás a tener sueño. En cualquier momento me empezás a seguir. ¿Oíste?”. Vos escuchaste clarito pero la orden no te funciona. Sin embargo ya te olvidaste del odio y querés empezar a jugar. Te suelta la oreja. Te duele y te titila pero igual te quedás quieto, como esperando. “¿Ahora qué hacemos, amo?”, le decís. Te dice que vamos, que en alguna parte alguien le espera para ser perseguido. “¿Entonces siempre hay un amo para un esclavo?”, le preguntás. “Siempre”, te dice. Caminan unos pasos paralelamente, sin intimidarse más y le preguntás si vio Irreversible. Te dice que sí pero que era una garompa. Pensás que nada lo sorprende. A vos tampoco te gustó mucho pero te la habían contado tan copado que parecía un peliculón. Entonces le decís que se vaya a cagar, te das media vuelta y te vas. Te sigue en el giro y te dice: “¿Pero no entendés que te amo? Le respondés que “No, gracias”. Te mira otra vez fijo y te dice bajo: “Podría haber sido para siempre”. “Hubiera estado bueno”, le respondés sonriendo, para luego agregar canchero: “Suerte, cuidate. Otro día capáz, si te cruzo, cogemos”. “Dale. Otro día.”, te responde con una leve sonrisa y se va corriendo.
martes, 28 de junio de 2011
ESTE CUENTO TE VA A GENERAR UN BROTE PSICÓTICO. OJO.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario