“Ya no llora. Siente una congoja seca, áspera, como si una espátula lo raspara por dentro. Es simple: No ha sabido lo que había que saber. No ha sido contemporáneo. No es contemporáneo, no lo será nunca. Haga lo que haga, piense lo que piense, es una condena que lo acompañará siempre.”
Así escribió Alan Pauls hacia el final de su novela corta Historia del llanto; un texto que se lee en un día y que sin embargo, en mi caso, funciona como bisagra literaria con potentes relámpagos de cruda lucidez. En tiempos en que lo políticamente correcto se ha ampliado abarcando motivos de derechas e izquierdas y que dado al resucitado uso del imaginario setentista, se editan y publican numerosos textos audiovisuales, gráficos, etcétera, que retoman y reelaboran ese entramado discursivo plagado de “luchas” e “ideas de cambio”, Historia del llanto hace un recorrido que para alivio de aquellos que buscamos vivir en el siglo XXI no eludiendo las preguntas del pasado pero sí procurando que éstas funcionen como disparadores a futuro y no como lastre, es un libro que critica el morbo progresista. El uso y abuso del dolor, de la bondad inhumana, del gesto campechano y engañoso del jet set de izquierda. A mi gusto, éste libro contrasta el frenetismo justificado y necesario de sucesos del pasado (con mujeres y hombres, con muertos, con vidas, con intereses, con disputa) con la intimidad de lo que inevitablemente sucede en los recovecos incoherentes del desarrollo cotidiano de la vida, con sus posibles crianzas de hijos, trabajos y supervivencia. Mirar con luz no es arreglar los hechos al relato cómodo, sino, por el contrario, es el ejercicio duro de decidir no apagar la luz cuando ésta ilumina, cual alba, recónditos lugares que afectan la estabilidad emocional.
La historia del llanto que escribió este escritor argentino contemporáneo logró poner en prosa algo que buscaba cristalizar hace rato. Nací en vísperas de los noventa y aún así fui criada en un imaginario que valoro notablemente pero que no he tenido oportunidad de ejercer, ni producir. Aprendí que las ideas viven aunque a veces duerman y elegí tomar el legado de una familia progre de clase media baja (perlita entre las progres de clase media alta) pero busco que ese legado no me aplaste. Curso en la universidad pública, milité en centros de estudiantes secundarios y universitarios y aunque creo que hay que seguir fomentando eso tengo compañeritos de mi misma generación que ven las asambleas como soviets y que creen que son los únicos luminosos que ven la matrix. Aplaudo su voluntad pero alerto con un ojo y advierto que éste no es un vicio generacional que atrapa cuando uno comienza a leer libros, se puede andar otro camino que no sea el de la repetición y por ese voy y creo no estar sola. Habiendo hablado de ese peligro desde la humildad de mi joven blog y justamente con todo el cuerpo dispuesto a seguir laburando por transformar “el mundo”, acerco algo que escribí cuando busqué reconocer algo que me pasaba y que es similar a lo que entiendo dice el libro (y todas las críticas de él que pueden encontrar en el océano Internet) aunque obviamente es bastante distinto el destino al que llegan mis palabras y mi literalidad toca otros motivos:
“Exilio le llaman a aquello que significa irse. Huir. Despojarse. Cargando, aún así, bultos de cosas pendientes, hornallas sin apagar. Llaves de paso abiertas. Exilio le llaman al pasaporte, al viaje, a la posibilidad. Ese es el lugar que prefiere darse al exilio en los medios de masas. Elitizándolo. Pero ¿Qué hay del quedarse? ¿Cómo se nombran las personas, las muchas, quizás las más, que quedan en un apartado? Aparte en una nota de opinión: “exilio interno” le llaman. Yo lo llamo papá y mamá. Lo llamo paranoia. No atender el teléfono así, no decir. Mudarse. Mudarse de sí sobre un territorio extremadamente restringido. Demudarse a una posición de latencia. Supeditarse al oficio de años. Al garaje en el que un trabajador se intoxica pintando autos. Sobreviviendo con coherencia. Marginarse como una mujer de hijos. Llevar, traer, niños y bolsas de mercado. Ir de compras, de a monedas. Olvidar las tres fotos de imágenes que existieron tras los andes.
Es cierto: hay viajes. Lo que tensiona son los condicionamientos; es toparse con los escondrijos de una caja demasiado pequeña. Y suponer; y soñar, sueños de persecución (como el de viajar en una balsa durante sucesos de la revolución China, como el de esconderse de esqueletos, de niñas rubias, etc.).
Todos los elementos implicados aterran. Igual se trabaja; se diluye el acento pero se reconocen entre los otros los unos. Y todos fingen hasta la primavera.
Llegada la espera el aire es distinto pero los procesos no suprimen los recaudos. Entonces se nace y se crece en una atmósfera de invernadero de malezas. Los objetos se resienten, las personas se resisten. Se mantienen las posiciones para el rescate de lo que no ha sido.
Entonces se vive en exilio. Se saluda en exilio. Se ríe en exilio. Se intenta a tientas con un chaleco blanco de lazos. Y para un niño es como tragarse un caramelo duro desconociendo el destino de tan simple acontecimiento. Se cría en exilio, se produce sobre el mismo espacio en el que se había podido vivir de otra manera. Se vomita. Se va al baño. Y los niños se cultivan para que luego combatan el mundo con entusiasmo renovado del que penden fantasmas de fórmulas viejas. Se cuenta la moraleja, la culpa. Se transmite el fuego.
De niña mi sensación era que me pesaba el miedo y los cucos que internalicé. Tras la digestión, ahora, estoy dispuesta y expectante. Pero la necedad que precisa esta parte de la historia traza otra estrategia. Que no es en absoluto igual a las fórmulas pasadas. Se rompen las viejas formas. Se pasa a un estadio diferente. Es ahora el exilio una herramienta. Es una información que a la vez secreta es revelación demasiado alienante para seguir gratuitamente lo que se supuso cierto y nuevo. A veces ofusca. Es un aprendizaje que sucede en otro tiempo histórico y merece ser libro verde en la mochila.
Anahí Pérez Pavez 2009”
Algo seca de lágrimas de uso cotidiano que, en cambio, salen de a montones viendo películas espero detrás de la PC llegar a "ser contemporánea".
Del exilio de uno mismo, de irse y volver para aun estar en el mismo lugar.
ResponderEliminar¿Se podra huir de las viejas formulas internalizadas de lo que ya no sera?
Ofusca fingir hasta la primavera, ofusca caminar a traves de la matrix sin terminar de comprender la virtualidad de nuestro acontecer.
....pero desde esta virtualidad aun nos podemos conectar....retomandonos, recreandonos, aun lo verde brota desde la tierra....y sigue creciendo, ello, lo que nos anima, crea y revive..
(Anahi me gusta mucho esto) Buenas noches.