domingo, 20 de abril de 2014

UN RAPTO DE LUCIDEZ


     Tuve un rapto de lucidez que acabo de olvidar pero voy a tratar de reproducir. Estaba en mi clase de Inglés. Vengo cargada porque ayer me leí Tus zonas erróneas y hoy “Lacan para principiantes”. Todo eso pudo haber ayudado. La cuestión es que terminé una relación de pareja y me mudé. Ambas en marzo. Aunque los procesos ya habían arrancado meses antes, en los dos casos.

     Como el curso es intensivo y en una clase vemos varios tiempos y pasamos de página, la profesora va rápido. Es una mina muy locuaz y nos despierta. Ella dijo: “Bueno, ahora veamos esa cosa fea, que hay que borrar, el pasado.”  A todos dio gracia pero a mí me quedó rebotando y miré el PAST del pizarrón con fervor mental.


     Saliendo de la clase, en este nocturno y humedecido otoño, seguí pensando. Pensé en cómo opera el pasado sobre el presente. En cómo lo dejamos. Y pensé en la metáfora zombie del género fantástico. Muchas veces cuando terminamos una relación caemos en un lugar común bastante boludo: resucitar muertos. Aunque me lo negaba repensé y asumí que directa o indirectamente, ambigua o claramente, tuve ese torpe tino. De maneras que no pienso declarar me pregunté “qué será de la vida de tal”.

     La cuestión es que caminando, esa noche, me imaginé una reunión de “exs” de diversa profundidad. Todos muertos, obviamente. Un gran banquete y yo cual viuda negra versión Tim Burton. Yo, queriéndolos volver a matar. Yo, tomando una metralleta y disparando ráfagas de perdigones sobre los malvivientes. Los cachos de muerto vivo volando y alguno que otro que volvía a rearmarse cual malo de mercurio de Terminator, para recordarme que por algo mi misión era desactivar, definitivamente, esos zombies: no puedo estar habilitando que el pasado vuelva a mí. ¡Menos promoviéndolo! Je suis responsable, dijo Anna Karina.

     El otro día tuve una escena muy gráfica de lo que cuento: con una amiga que hice en la milonga volvimos a una después de mucho tiempo.  En verdad: es lo que venimos intentando. Tratamos y nos encontramos con que esos idílicos espacios ya no existen. Dejó de funcionar la idealización o, literalmente, se mudaron o cerraron. Ahí nos dimos cuenta de que el tiempo pasa y las cosas cambian. Y ahí, precisamente, comenzó a germinar esto de que mientras uno lo perdía o lo ganaba de cierta manera particular, sucedían otras cosas. La gente fue y vino. Construyó o rompió. Volvió a tropezar o no, con el mismo escalón. Entonces, mirando ese PAST del pizarrón fue que comenzó a tomar sentido  esto de "tomar una decisión".

     El pasado te domina o te manipula si lo dejás. Hasta en los medios se ve eso. Una cosa es que se haga justicia, se tenga memoria y se repase la historia y otra cosa es que esos dispositivos sigan operando en el presente de manera tal que cierto grupo lo capitalice. Guay si no pertenecés a ese grupo. Te perdiste una torta importante.

     Más allá de eso. Hay un grupo al que pertenezco y son yo y mis otros yo. Entonces levanté el tubo. Que en realidad es “deslicé el dedo sobre la pantalla táctil de mi smartphone” y me comuniqué con alguien y no le dije sobre mi rapto. Sino que comencé a desarrollar mi criterio sobre un debate puntual, personal y, sobre todo, actual, que me involucra directamente y planteé lo que para mí es blanco sobre negro: mis límites. Lo cual también tiene que ver con dejar de permitir que se abuse del presente en vistas del pasado, o viceversa. 

    Oh, presente! Estoy enamorándome de ti. Soy toda inmanencia. Mi rapto no olvida. Sólo busca desactivar el pasado. Inhabilitarlo. Quitarle su poder condicionante. 


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