Tuve un rapto de
lucidez que acabo de olvidar pero voy a tratar de reproducir. Estaba en mi
clase de Inglés. Vengo cargada porque ayer me leí Tus zonas erróneas y hoy
“Lacan para principiantes”. Todo eso pudo haber ayudado. La cuestión es que terminé
una relación de pareja y me mudé. Ambas en marzo. Aunque los procesos ya habían
arrancado meses antes, en los dos casos.
Como el curso es
intensivo y en una clase vemos varios tiempos y pasamos de página, la profesora
va rápido. Es una mina muy locuaz y nos despierta. Ella dijo: “Bueno, ahora
veamos esa cosa fea, que hay que borrar, el pasado.” A todos dio gracia pero a mí me quedó
rebotando y miré el PAST del pizarrón con fervor mental.
Saliendo de la
clase, en este nocturno y humedecido otoño, seguí pensando. Pensé en cómo opera
el pasado sobre el presente. En cómo lo dejamos. Y pensé en la metáfora zombie
del género fantástico. Muchas veces cuando terminamos una relación caemos en un
lugar común bastante boludo: resucitar muertos. Aunque me lo negaba repensé y
asumí que directa o indirectamente, ambigua o claramente, tuve ese torpe tino.
De maneras que no pienso declarar me pregunté “qué será de la vida de tal”.
La cuestión es que
caminando, esa noche, me imaginé una reunión de “exs” de diversa profundidad.
Todos muertos, obviamente. Un gran banquete y yo cual viuda negra versión Tim
Burton. Yo, queriéndolos volver a matar. Yo, tomando una metralleta y disparando
ráfagas de perdigones sobre los malvivientes. Los cachos de muerto vivo volando
y alguno que otro que volvía a rearmarse cual malo de mercurio de Terminator,
para recordarme que por algo mi misión era desactivar, definitivamente, esos
zombies: no puedo estar habilitando que el pasado vuelva a mí. ¡Menos
promoviéndolo! Je suis responsable,
dijo Anna Karina.
El otro día tuve
una escena muy gráfica de lo que cuento: con una amiga que hice en la milonga
volvimos a una después de mucho tiempo.
En verdad: es lo que venimos intentando. Tratamos y nos encontramos con
que esos idílicos espacios ya no existen. Dejó de funcionar la idealización o,
literalmente, se mudaron o cerraron. Ahí nos dimos cuenta de que el tiempo pasa y las cosas cambian. Y ahí, precisamente, comenzó a germinar esto de que
mientras uno lo perdía o lo ganaba de cierta manera particular, sucedían otras cosas. La gente fue y vino. Construyó o rompió. Volvió a tropezar
o no, con el mismo escalón. Entonces, mirando ese PAST del pizarrón fue que
comenzó a tomar sentido esto de "tomar una decisión".
El pasado te
domina o te manipula si lo dejás. Hasta en los medios se ve eso. Una cosa es
que se haga justicia, se tenga memoria y se repase la historia y otra cosa es
que esos dispositivos sigan operando en el presente de manera tal que cierto
grupo lo capitalice. Guay si no pertenecés a ese grupo. Te perdiste una torta
importante.
Más allá de eso.
Hay un grupo al que pertenezco y son yo y mis otros yo. Entonces levanté el tubo.
Que en realidad es “deslicé el dedo sobre la pantalla táctil de mi smartphone”
y me comuniqué con alguien y no le dije sobre mi rapto. Sino que comencé a
desarrollar mi criterio sobre un debate puntual, personal y, sobre todo, actual, que me
involucra directamente y planteé lo que para mí es blanco sobre negro: mis
límites. Lo cual también tiene que ver con dejar de permitir que se abuse del
presente en vistas del pasado, o viceversa.
Oh, presente! Estoy enamorándome de ti. Soy toda inmanencia. Mi rapto no olvida. Sólo busca desactivar el pasado. Inhabilitarlo. Quitarle su poder condicionante.
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