miércoles, 10 de octubre de 2012

SUBIRSE AL CATRE DE LAISECA Y APRETAR

Sus alumno-discípulos le dicen Lai. Su escritorio luce cubierto de cajas de medicamentos y cigarrillos, libros, películas y música. Recuerdo haberle visto Las vidas de Kurosawa, Buenos aires viceversa, Pappo y Choripán social. A los nueve leyó El gato negro pese a que su padre le denegó a Poe por considerarlo un borracho.  A los 17 se lo había leído todo y sabía que “nadie escribía como él”. Lloró con la crueldad del primer cuento y jura que una de las obsesiones del norteamericano era un miedo profundo al enterramiento prematuro. Los miedos, la muerte y la conchasa, sobrevuelan las temáticas del taller. 


En el primer encuentro al que asistí, a media hora de comenzado, irrumpió en el monoambiente un veterinario para curarle la gata. Me pidieron que lo ayude a inyectarle un calmante.Tuve que subirme al catre de Alberto Laiseca y apretar al animal para que sufra menos. El profesional cobró y se retiró y seguimos fumando y hablando de la melancolía en La caída de la casa Usher. 

Mis compañeros leyeron sus producciones. “Oh. Qué bien. Eso está muy bien”, respondió para preguntarme luego qué me había parecido y mentí. En verdad,  me pareció que no había cuerpos, que era la descripción con muchos adjetivos de una gran abstracción sin sentido, con plena orfandad de acción pero dije "está bueno". Luego me increpó: "Leéte algo". Leí y me dijo que mi nouvelle no era una novela que "empieza fuerte pero después, fluh". ¿Eh? ¿Después qué?, pensé yo pero admití: "Sí, le advertí que no lo era y es verdad que toda esa parte en que la protagonista empieza a dudar es un bodrio, la tengo que sacar". Mi posterior silencio decía: "¿No escuchaste lo que ésta piba que tengo al lado dijo al comenzar? Escribió poronga y no supo con qué sostenerlo en las pares de carillas que tuvimos que fumarnos. ¿Me decís a mí?" 

Así comencé su taller. Nos saludamos, me agradeció las revistas españolas sobre Vietnam que le regalé y hasta la próxima semana. 

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