jueves, 13 de octubre de 2011

VA LLEGANDO GENTE AL BAILE

Cada fin de semana en una de las esquinas del Parque de los Patricios se arma una milonga para disfrute de los vecinos y transeúntes. Juan Pablo Antivero, Adrián Di Pino y Andrea Zangari, son tres milongueros que como interpretaría la Orquesta de De Angelis: “hay que ver como al compás, rinden homenaje al tango inmortal”.


Sábado primaveral. Sobre el pasto florecen trapos de colores y cuerpos regordetes se doblan bajo el sol acomodando la mercadería. Brillosos adornos plásticos decoran la vista, acompañados de infinidad de artesanías en macramé y prendas batik. Mucha reventa de usado y mucho afán de trabajo en las veras del Parque Patricios. Multitud de gente pulula cual ganado, que otrora era faenado y daba el nombre al Matadero de los Corrales que funcionaba allí, donde guapos descendientes de inmigrantes, la clase trabajadora, sabían batirse a duelo a cuchillo limpio y comenzar a payar las primeras letras que años después constituirían arquetipos populares de la cultura ciudadana. Años después, el porteño barrio de Parque Patricios, además de oler a faena olería a Tango.

Ya en otro siglo, los sábados por la tarde, aquel parque público se convertiría en propicia circunstancia para comenzar el abrazo de la danza entre rosados copos de nieve, pochoclos y Patys. Curtidos rostros se pegarían a otros transpirando placer. Señores entrecanos apretarían a veinteañeras para marcar ochos y voleos. Algunos niños se animarían a ensayar el dos por cuatro sobre las finas placas de madera colocadas sobre el cemento para ser las veces de pista tanguera. “Durante la semana las guardamos en un local de enfrente y con un carrito montacarga las cruzamos a pie y las pegamos entre sí con cinta de embalar, de forma muy parecida a como empezó “El Indio” a armar la milonga de placita Dorrego”, cuenta Juan Pablo, un flaquísimo muchacho uruguayo que antes de adentrarse en el género rioplatense probó suerte con el trapecio y los malabares. “Armamos la práctica con Adri y Andrea, ellos son pareja y tienen una nena, esa que ves ahí”. “Nuestra idea es que el tango vuelva al barrio, porque ahora está siendo fomentado más que nada en circuitos turísticos y el tango, como dice la letra, es “bien de abajo”.” Allí, frente al monumento a Bernardo de Monteagudo, unos cuantos vecinos revolucionan las miradas: María*, una profesora de inglés a domicilio, no duda en calzarse unos tacos de diez centímetros acharolados en violeta, “el color de la buena onda”, según dice; también no falta un profesor de la danza, un chico de cortos rulos renegridos y ojos pardos, que cuenta que asiste con dos alumnas que tiene de un programa de gobierno para personas de pocos recursos. Las hace practicar y compartir mate con otros aficionados y aprendices. Para coronar la escena, hacia el final de las tandas se acerca una joven que hace rato no venía pero la suplía la abuela en el banquito prestado por un centro cultural amigo. Muestra a una bebita recién nacida y alborotando a los asistentes que se reúnen en derredor exclama: “para que le vaya tomando el gustito escuchando a Pugliese”. Se escuchan risotadas y se los ve cómplices. El tango en primavera florece donde tiene que estar, justo donde ha nacido.


*algunos nombres y detalles han sido cambiados o ficcionalizados para preservar el anonimato de los testimonios y dar coherencia a la información.


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