miércoles, 22 de octubre de 2014

Con las sombras del Che en la cara


De nenas disfrutábamos los veranos en el patio de baldosas color ajedrez. Regábamos imaginando shows televisivos. Las plantas eran la tribuna de pibes ruidosos y nosotras, conductoras al estilo Xuxa, las mojábamos con chorros de pintura incolora. Otro juego consistía en quemar corchos y dibujarnos barbas, para hacer una representación fiel de Fidel Castro y Ernesto Guevara, entrando en el follaje de Sierra Maestra. Dispuestas al combate, hablábamos a lo cubano y nos matábamos de risa. Esperábamos a papá así pintadas. Nuestro uniforme de batalla eran remeras XL con la foto de Korda. Nos las había comprado en un acto en Ferro, para usarlas de pijama. Queríamos contentarlo actuando. Él llegaba con la cabeza ocupada en otras cosas, ponía poca atención y entraba a comer. Yo me quedaba con las sombras del Che en la cara, con mi camarada al lado distrayéndose en otras cuestiones y con la mente tildada en los documentales de Página 30, sobre islas, balsas y héroes.