jueves, 16 de diciembre de 2010

LA AUTOAYUDA MARXISTA


¿Hace cuánto empezó la crisis habitacional? Creo que nací en crisis habitacional; con un padre que incitaba a la ocupación popular de espacios desocupados hacia fines de los ochenta y una madre que compraba un kilo de azúcar cada dos días y usaba mucha leche para hacer merendar a sus niños y a ajenos en mesas largas e improvisadas. La actitud reaccionaria de la sociedad en cuanto a la práctica de urgencia extrema de ocupar lo inhabitado es de seguro más vieja que yo y acompañaría como sombra la existencia de la propiedad privada (quedan aparte en el presente recorte lo “apadrinado” de la reciente situación). El otro problema empezaría cuando se considera el espacio público y se lo empieza a “tomar” en actitud gubernamental de derechas, como espacio privado. Lo público, lo privado, la ocupación, la desocupación, las personas y la represión no son historia nueva entonces. Ya comenzado el siglo XXI en una Argentina en default conocí de cerca otra situación como las mencionadas: en un barrio más al oeste de la capital que el mío, un grupo de jóvenes y viejos, estudiantes y exmilitantes (que salían como cigarras de los rincones), se juntaron en la calle en días de un diciembre enrojecido a reclamar, cacerolear y organizar. Cerca me tocó estar y llegó el momento, la necesidad, de un espacio físico para el grupo asambleario. Una esquina abandonada, un viejo mercado que coronaba siete esquinas de arrabal exmatadero sería el escenario de una de tantas tomas en esa reciente época. Fuimos por sus vacíos, por sus viejas instalaciones eléctricas, y allí montamos nuestro espacio de resistencia. Pasado el primer lustro del nuevo milenio, allí estábamos, riendo, montando guardia, gritando política, jugando al ajedrez, pintando y organizando. Soñábamos esa esquina como epicentro cultural y social de la zona olvidada por los sucesivos gobiernos. Pedíamos hospital, armábamos biblioteca y roperito. Teníamos comedor y un puñado de aficionados artistas que compartían la salsa de jurel proveniente de la caja piquetera con los trasnochados del bachillerato nocturno, con los cartoneros y con los vecinos más pobres. Todos entrábamos, todos lavábamos, todos fuimos el comedor y el espacio, el compañero y la ilusión. Hubo un tiempo en que las diferentes corrientes políticas hicieron separatismo y en momentos de gorilaje y resabios de bronca antimenemista nos agarramos con punteros peronchos, de esos que dan miedo por su funcionalidad inescrupulosa, también adentro de esa esquina, de ese espacio. De vez en cuando recordábamos a un compañero de diecisiete, fallecido tras ser atropellado por un colectivo, que tenía el nombre del poeta “Rubén Darío” y que también había padecido la “crisis habitacional” en un edificio tomado, todo conventillo, de la lejana calle Corrientes. Nos inspiraba para el taller literario como un ángel piqueteador de la prensa del partido, como un chico que con toda su pobreza, estudiaba y trabajaba a fuerza de galletitas de agua y tenía en un sector de su departamento propiedad de algún otro, una fotito recortada del Che y algunas frases rebeldes a modo de santuario personal, de fe familiar de una familia múltiple y multiplicadora. Todas esas imágenes eran el algo que ocupó por años ese “Mercado recuperado de Mataderos”. Éramos amigos y marchábamos con la otra esquina recuperada de la zona, la hoy Asociación Civil “La alameda”. Entonces, ¿Qué decir? ¿Qué opinar? ¿Qué hacer? Cuando un jefe de gobierno una vez que pasó mucho agua bajo el puente y todos emigramos de esa posta de barrio hacia otras postas, hacia otras luchas de las colectivas, y de las íntimas o personales. ¿Volver? ¿Tomar? ¿Acompañar o ser carne de los nuevos sucesos? Sin duda todos somos hoy, en mucho, carne de lo que vuelve a acontecer. Una concepción de lo público se agarra a las trompadas con otra que la considera necesariamente mínima, en extinción, necesariamente innecesaria. Esa última concepción se disfraza de nueva, de “a la altura de las circunstancias”, pero bajo ese vestido esconde antigüedad y antropofagia. Es que la puja es tan vieja como las Instituciones tomadas por las crisis. No hay mucha dosis de certeza en los tiempos que corren, pero lo seguro es que conservar lo que se cae o aggiornar las ideas que nacen viejas y antihumanas es suicida y poco. El problema es que la antropofagia del ensalse privado es contagiosa como piojo en escuela (y bastante más nociva y fatal) y se toma las cabezas de los que se jactan de “no ser negros de alma” ni de cuerpo, pero que sin embargo usan argumentos que salen caro pero que pagan en vano porque el primero te lo regalan, el segundo te lo venden y al tercer argumento, en defensa de las botas que te pisan, andá a cantarle a Gardel porque ya fueron por vos también. Porque en el recinto privado del mayor poderoso y mafioso gurú del fascismo versión tercer mundo, vos no entrás ni disfrazado, ni blanquito, ni engominado. Nunca entrás. La lógica privada siempre tiende a cerrarse como espiral. Sos funcional y trabajás para ellos que siempre son los menos hasta que llegan a ser sólo uno: el perverso que manda. El que dirige y ve a la otredad como cosas, afines o no al proyecto más conveniente a su única cabeza. Entonces radiografía hecha de argumentos y difamadores de lo público, el “¿de qué lado estás chabón?” se cae de maduro y la propiedad privada será por mucho tiempo el centro de las sutiles contradicciones. Digo contradicciones porque toda persona, militante o no, con cierto grado de pertenencia (por acción u omisión) a ésta sociedad quiere un lugar dónde dormir y si lo tiene garantizado por sudor o herencia le saca obvio provecho y si no, se las ingenia y se pregunta cómo carajo hacer para garantizarse la paz y el sueño, con el incremento de capital que ello implica. La sombra, el barullo reaccionario que juzga la marginalidad evacuada por la propiedad privada como un correlato lleno de pobres, de tristes necesitados e instrumentadores hábiles de su maldito estigma, será la certeza firme y desvergonzada de la imperativa necesidad de los cambios, del prepotente y violento avance de las transformaciones. Y si te olvidás o te hacés el boludo hay quienes te obligan a plantarte, a posicionarte. Si no, te llevan puesto o te toman, a vos, a los pocos espacios mentales libres, a la crisis habitacional y a la crisis del sistema capitalista con explosión de burbujas inmobiliarias y todo. Entonces a mover el cerebro y las manos se ha dicho que “no queda otra”. Y le quito esa frase a todos los duendes fascistas que nos habitan para procurar subvertirla y transformarla en un arremangue mutuo, ya que el momento de la resistencia pasó y empieza el nuevo combate.